LOS ESPÍAS NO HABLAN

HOLEMANS

Karel Holemans presumía de no haber recibido nunca clases formales de arte. Su pintura, sin embargo, tiene raíces clasicistas flamencas e influencias orientales de la pintura japonesa, que conoció en los Museos del Lejano Oriente de Bruselas, legados por la exposición universal de 1897.

Su vocación se manifestó desde la adolescencia, y en Malinas, en el período entre guerras, Karel Holemans destacó como uno de los jóvenes valores del paisajismo flamenco neorromántico.

En sus años belgas, su pintura mostraba el tenebrismo propio de los clásicos flamencos y un simbolismo religioso que nacía de su fe católica y de su militancia templaria.

Durante la guerra civil española viajó a España y su pintura estalló con la luz y el color mediterráneos.

Sus paisajes, muy afinados técnicamente, su pericia con los celajes y el dominio de azules y grises, al estilo de sus admirados Constable y Turner, le convirtieron en un pintor de éxito en la España de la posguerra. El exotismo de su figura en el Madrid de los años 40 contribuyó a que la prensa se fijara en él. Una exposición en el hotel Palace en 1944 le consagró como el pintor de moda en Madrid.

Vendió muy bien su obra durante los años 40 y 50 y ganó importantes certámenes de pintura.

Tiene obra colgada en los museos de Vigo, Bilbao, Reus y también en el Museo Reina Sofía de Madrid.

Las nuevas corrientes abstractas de los años 60 relegaron su estilo a un anticuado decorativismo, pasó de moda y sus pinturas dejaron de venderse.

Problemas de visión, así como importantes dificultades económicas, le obligaron a abandonar la pintura para poder mantener a su familia.

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